Lo cual habría soportado;
Ni se alzó contra mí el que me aborrecía,
Porque me hubiera ocultado de el
Sino tú, hombre, al parecer íntimo mío,
Mi guía, y mi familiar
Que juntos comunicábamos dulcemente los secretos,
Y andábamos en amistad en la casa de Dios.
Esta mañana, mientras meditaba en este verso, mi corazón clamaba a mi Señor por su ayuda, para que me permita depositar en EL toda mi confianza. Hay momentos donde confiamos más en nuestros amigos que en el Señor. Hay momentos donde pensamos que nuestra felicidad depende de nuestra relación con aquellos amigos que amamos tanto. Mas sin embargo, ellos, al igual que nosotros, no dejan de ser personas falibles y pecadoras, necesitadas de un Dios santo y perdonador que les ayude a ser más como EL (como también nosotros lo necesitamos).
Estimado amigo, ¿en quién hemos puesto toda nuestra esperanza? Ciertamente hay un placer en tener un buen amigo que nos ayude y acompañe en nuestras vidas. Una persona con quien reírnos y llorar. Alguien que conozca nuestras intimidades profundas y sepa acompañarnos cuando más lo necesitamos, pero nunca olvidemos, que esa persona nunca podrá proveer lo que solo Dios puede suministrarnos.
Solo Dios puede darnos el sentir de plenitud y de significado que nuestra vida necesita. Solo Dios puede protegernos bajo sus alas, cuando todo el mundo viene en nuestra contra. Solo Dios es nuestra fortaleza y alto refugio, cuando el bullicio de las guerras y de los problemas se nos acerca. Solo Dios puede saciar el hambre y la sed que nuestra alma hambrienta y sedienta tiene.
Busquemos al Señor en esta mañana y depositemos en EL toda nuestra confianza.
Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto.
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